En China, parpadeas y algo ha cambiado. Te vas tres meses, y ese restaurante donde habías tomado unos jiaozi encantadores, o el bar donde habías sellado un último acuerdo con una bebida, ya han desaparecido. En su lugar hay un último edificio de viviendas levantado a velocidad de vértigo o un parque recién trasladado al barrio. Tomar el pulso a un país que conjuga al mismo tiempo la visión a largo plazo que da su historia milenaria y los planes quinquenales de estrategia política con esa velocidad de ser un país en construcción no es fácil.
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